viernes, 30 de abril de 2010

El curandero "Cebalobos" de Corella-Navarra


En Corella-Navarra (la placeta García en la foto, 1925), no hacía falta un motivo especial para tener un mote, se lo asignaban enseguida y muchas veces se heredaba de padres a hijos. En el caso de Juan Marcilla “Cebalobos” (1870-1942) pensamos pudiera ser debido al poco esmero que ponía en cuidar a sus ovejas

Durante su juventud Juan Marcilla hacía pequeños transportes de carros y carretas por la Ribera de Navarra y en ese ir y venir por los campos fue poco a poco instruyéndose en el conocimiento de las plantas medicinales hasta acabar convirtiéndose en un experto herbolario e introduciéndole en el mundo del curanderismo, a decir de los pacientes con buena mano.

Tenía fama de adivino y esa cualidad le proporcionaba un plus de misterio a la hora de ejercer el oficio. Unas veces la fama era merecida, con numerosos casos que lo atestiguaban: una señora de un pueblo cercano que tenía los dos hijos enfermos graves acudió a su consulta; la madre llevó mechones del pelo de ambos para que Cebalobos le dijera algo y le pusiera remedio; este separó uno de los cabellos y dijo que con ese hijo no había nada que hacer, que moriría esa misma noche como así fue.

En otras ocasiones su faceta de adivino estaba basada en trucos; disponía de espías que se introducían en los autobuses de línea (donde venían los enfermos)y en la sala de consulta de Cebalobos en la placeta García de Corella; estos se enteraban de los males de los futuros clientes y se lo contaban al curandero, que hacía de adivino.

Pero si ha pasado a la posteridad ha sido por sus ocurrencias. Cuando se inventaron los rayos X, para no ser menos, ideó una caja de madera con una trampilla; hacía pasar a los enfermos por delante de la caja; en el interior de la caja introducía una vela encendida mientras pasaba el enfermo, al tiempo que le decía:- Ya le he echado el rayo-.

Sus tratamientos habituales eran con hierbas, pero en ocasiones empleaba remedios que se le ocurrían: A los pacientes con infertilidad les preparaba emplastos (parches) de testículo de zorro para los varones, y de matriz de liebre para las señoras. También aplicaba técnicas escatológicas: trataba granos y eczemas de piel con baños de arena y estiércol, y ponía “moñigas” de vaca caliente en las zonas dolorosas para lumbagos y cólicos

Su vocabulario también era especial despertando el interés de escritores como J.M. Iribarren en su “Batiburrillo Navarro”. A los enfermos con la barriga distendida por gases, les decía que tenían “enrone del mondongo” y a los de asma con dificultades para meter aire en los pulmones, explicaba que tenían “bozados los chupleticos de los libianos”.

La guerra civil española del 36 le cogió viejo, enfermo y en el lado proletario y su estela y su vida se fueron apagando

Continuó con el oficio su hijo Manuel Marcilla Cordero (1900-1985), también apodado Cebalobos, menos imaginativo y más culto que el padre; sabía francés por haber residido en Francia durante la guerra civil. Manuel compaginaba el curanderismo con la albañilería y tenía un taller para fabricar las cruces de granito del cementerio.

Algunas de las anécdotas del padre también pudieran ser del hijo.

martes, 20 de abril de 2010

La curandera de Ilarregui-Navarra


Martina Ezcurra Oíz (1841-1936)vivió de joven en Argentina trabajando de ayudante de un curandero de huesos. Era una época en que se fomentaba esa formación para cubrir las necesidades sanitarias del país. De la noche a la mañana volvió a Ilarregui para hacerse cargo de la casa Cocotxea que había heredado. En este pueblo se casó, fundo una familia y se estableció en el oficio aprendido.
Sus artes calaron muy hondo en el entorno, ella misma se curó de una fractura y arregló el brazo mal curado del párroco del pueblo y luego todo fue muy fácil, adquiriendo gran prestigio. Tenía una habilidad especial para dejar en buena posición los extremos de las fracturas y después inmovilizaba con la ayuda de vendas y cartón. Además administraba hierbas, infusión de adormideras, que facilitaba las manipulaciones con poco dolor. Creó escuela y su nieta continuó su labor

lunes, 19 de abril de 2010

La curandera de Auza-Navarra, María Díez de Ulzurrun (1900-1990) Informe del doctor


Aprendió el oficio de su abuela Martina Ezcurra (curandera de Ilarregui) en cuya casa se crió desde pequeña y a quien ayudó especialmente durante su vejez. María se casó y se fue a vivir a Auza, a escasos 4-5 kilómetros de Ilarregui y a unos 30 al norte de Pamplona. No entraba en sus previsiones el ejercicio curanderil, pero al morir la abuela se vio obligada a continuar, debido a que los pacientes la reclamaban.

Su especialidad principal era el tratamiento de -las heridas, fracturas y dislocaciones-, siguiendo las pautas de la abuela. Disponía en Auza de una mansión familiar grande, que le servía también de hostal o de pequeño hospital. Los enfermos con lesiones peligrosas quedaban alojados en su casa para las primeras curas y revisiones. También atendía las fracturas de animales especialmente de los perros de caza. Como quiera que la familia del marido de la curandera tenía -negocio de ganado, venta de leche y de carne-, “la casa de la curandera” se convirtió en un importante centro de peregrinaje. Doña María(así la llamaban) persona amable de buena presencia, era la principal protagonista de la gran actividad, la primera en amanecer y la última en retirarse.

Centrándonos en el mundo de las enfermedades, señalemos que las fracturas las embadurnaba con un bálsamo que contenía aceite y cáscara de pepino y después de un pequeño y cuidadoso masaje, movilizaba los extremos hasta dejarlos en buena posición; posteriormente inmovilizaba la fractura con cartón duro y vendas.

Las quemaduras, heridas infectadas, osteomielitis… las trataba con un ungüento a base de: aceite, resina de pino, sebo de oveja, miel, yemas de huevo y escamas de jabón. Curaba las veces que fueran necesarias, a decir de las gentes, con mucho mimo y gran limpieza; las cicatrices que quedaban eran menos aparatosas de lo esperado.

Manejaba bien las hierbas medicinales, pero sin abusar. En familia recuerdan las infusiones de hollín de chimenea colado para tratar los empachos. En pulmonías o pleuresías, utilizaba hierbas verbenas bien picadas, hervidas en aceite sin chamuscar y aplicadas sobre un paño en la zona supuestamente enferma. En ampollas de los pies de caminantes hojas de saúco debajo de los calcetines…

Su fama fue tan importante como la de su abuela Martina; en su época se decía que no había que ir al hospital para curar las fracturas, bastaba con acercarse al pueblo de la curandera.

Los últimos 30 años de su vida estuvo alejada de la profesión, decía que no podía competir con la penicilina y tenía preocupación por la posibilidad de recibir denuncias. Además uno de sus hijos, Matín Aldaz, se hizo médico traumatólogo y no quiso perjudicar su carrera.



Casa de la curandera de Auza en 1950

sábado, 17 de abril de 2010